lunes, 18 de noviembre de 2013

Un viaje a través de Tokio


Después de haber visto las tres obras maestras de Satoshi Kon (Perfect Blue, Millennium Actress y Paprika), sólo había un largometraje que me faltaba ver de este director: Tokyo Godfathers.  La sorpresa fue tan grata que tengo que escribir al respecto.

Kon nos tiene acostumbrados a historias con personajes complejos que sirven como principal soporte de toda la trama. Desde una artista juvenil paranoica, pasando por una reconocida actriz obsesionada con un amor, hasta una detective de los sueños. Todos estos personajes son llevados con maestría por historias que viajan a través de una línea muy sutil entre la realidad-paranoia, la realidad-recuerdo, y  la realidad-sueño.

Pero entonces está el caso de Tokyo Godfathers (2003) donde, rompiendo un poco con su tradición, Kon nos regala un viaje por Tokio, esa gran ciudad cubierta de nieve. Los encargados de guiarnos en este viaje son tres vagabundos entrañables: el alcohólico Gin, el travesti Hana y la adolescente fugitiva Miyuki.



Estos tres peculiares personajes descubren a un bebé en la víspera de Navidad, mientras hurgaban basura; además de una nota, la niña trae consigo una bolsa con pistas sobre los padres. Después de debatir entre quedarse con la niña o entregarla deciden que lo mejor es buscar a sus padres; para eso emprenderán un viaje por los recovecos de Tokio siguiendo las pistas y reuniendo el rompecabezas sobre la identidad de los padres.

Lo interesante de esta travesía es que supone un viaje introspectivo para cada uno de los personajes, donde tendrán que enfrentarse con recuerdos dolorosos de su pasado y la carga de todas sus malas decisiones. Durante su viaje los vamos conociendo poco a poco, con esos pequeños destellos que dejan entrever de su vida pasada.

Y es que al final de cuentas Gin, Hana y Miyuki son huérfanos emocionales, que más allá de que tengan una familia o no, han decidido romper los lazos afectivos con las personas de su pasado. Son tres personas solitarias que coinciden en un punto, dentro de esa urbe fría e impersonal como lo es Tokio. Se encuentran y se reconocen en sus soledades autoimpuestas; y en esa huida de su pasado doloroso, deciden acompañarse.



El bebé que aparece milagrosamente entre escombros y basura (con alusiones a la idea cristiana del nacimiento de Jesús) se convierte en el pretexto para que estos tres personajes se replanteen su vida y se enfrenten al pasado del que se encuentran huyendo, todo esto para resarcir sus errores y reencontrar el amor que alguna vez dejaron ir. En el camino se darán cuenta de que la tarea de regresar a la niña con sus padres los hará a su vez encontrar su propio camino a casa.

Y aunque todo esto pudiera parecer muy dramático, la realidad es que este es sin duda el trabajo más divertido y cómico del autor, lo cual no le impide profundizar sobre temas tan propios de la conducta humana, como la soledad, el amor, la esperanza, etc. No sólo nos regala una película cómica con algunos tintes dramáticos, sino que a su vez se convierte en un perfecto cuento navideño a la altura de cualquier otro.

Satoshi Kon nos ha demostrado que sabe contar historias; pero más que contarlas, nos toma de la mano y nos lleva por un vertiginoso viaje a través de sus personajes. Más que espectadores somos cómplices; con él nunca sabemos a dónde nos llevarán estos recorridos estrepitosos, pero nos dejamos llevar porque estamos seguros que siempre será memorable.

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