lunes, 20 de agosto de 2012

De cómo dejé de ver Grey’s Anatomy o de cómo lloré como loca con Kobato

Ver un drama es una diversión, es evadirse un rato. Durante un momento nos envolvemos en la situación de otras personas que no existen.  Hay un cierto placer, quizás morboso, de ver a gente sufriendo. Es aún más morboso si incluye triángulos amorosos, romances fallidos. Pero siempre ansiamos un final feliz.

Después de ver muchos años Grey’s Anatomy, el drama por excelencia que incluía una serie de casos raros-graciosos médicos, con dramas inverosímiles,  dejó de emocionarme. No me creía los personajes.  Personajes interpretados por personas de carne y hueso. Uno ya no divisa los finales felices o infelices. Uno deja de divisar los finales. Me cansé de los dramas, de las series que me querían malcontar historias de amor. Apagué mi televisor después de más de cinco temporadas. Pero me quedé con ese vacío.

Soy un ser simple. A veces nomás quiero ver una historia redonda y bien contada. Y a veces quiero que esa historia sea de amor. Para eso y superar el que no había ya drama médico alguno que me moviera el tapete, decidí volcarme a lo clásico. A un shoujo, una historia dirigida a mujeres adolescentes. Y si a eso vamos, hay que recurrir a las amigas de CLAMP, conocidas por Magic Knight Rayearth, Cardcaptor Sakura y Chobbits.

Kobato es una historia sencilla y no. La verdadera belleza del shoujo es que el amor es puro, como jamás lo creeríamos de personas que se ven como uno (o como uno quisiera verse). En estos mundos inventados por CLAMP el amor está ahí construyéndose y reconstruyéndose a lo largo de tiempos y espacios. En uno de esos mundos existe Kobato, una niña de vestidos largos y un sombrero, como una versión divertida de Candy Candy porque es torpe, pero sobre todo es buena y quiere ayudar a los demás.


Kobato, el personaje principal tiene entonces una particularidad, es aún más “moe” que cualquier otro personaje de shoujo que haya visto, incluso más que Sakura (la Cardcaptor). En su torpeza-bondad para lograr su deseo –que es un misterio, pues ella no lo recuerda-- debe llenar una botellita con dulces que representan los corazones que ha sanado. Es una historia quizá demasiada ingenua, quizás demasiado cursi y podríamos decir que tener un peluche de ayudante en su misión lo haría aún más ridículo. Pero uno le cree a Kobato que prefiere ayudar a un jardín de niños y a Fujimoto (del que se enamora) antes que lograr su deseo.

Fujimoto, por su parte, en su planez de coprotagonista es un personaje que encierra a un hombre cerrado, irónico, que nunca dirá lo que siente, nos convence que tiene una historia triste detrás que lo justifica (es huérfano y solitario) y aunque mi lado feminista me dice que no, que un hombre que trata mal alguien no tiene justificación, la creo.  Es como un niño pequeño, uno sabe que se toma la molestia de burlarse de alguien porque le importa y, que, cuando se siente demasiado comprometido, huye.  Es lo suficiente seco e inexpresivo para contrarrestar la dulzura de Kobato, que nos podría haber mandado al coma diabético. Por ello la interacción de la pareja en el jardín de niños (donde trabaja él y ayuda ella), se vuelve mágica. Me enamoré de Fujimoto  y se me enchinaba la piel cada vez que mostraba levemente algún tipo de sentimiento.  Me volví espectadora del amor que aparece imposible pero que atraviesa barreras de mundos y durante los 24 episodios esperé constantemente a que ese amor fuese exitoso.



Ioryogi, el fiel compañero de Kobato, es un ser de otro mundo, que la cuida porque le recuerda a un ángel de la que se enamoró. A partir de este enamoramiento, Ioryogi enfrentó a Dios y al orden de los mundos en un momento anterior a la historia que se cuenta. Por este suceso está condenado a tener la forma que tiene y a ayudar  a Kobato. De alguna manera se intuye que Kobato es alguna versión del amor que él tuvo y Fujimoto es algo parecido a su versión humana.  La historia es loquísima pero explica la dureza de los dos personajes masculinos que enfrentan a Kobato y que la ayudan para lograr (o no) su deseo.

Durante más de veinte capítulos amé a los personajes, pero estoy ahí en pleno capítulo 23, llorando como si alguien me hubiera golpeado. Lloro, por una historia aparentemente plana, pues no tiene muchos reveses, no es más de lo que uno espera. La cuestión es cómo la historia al mostrarte la música, la risa y la ayuda de Kobato en cada corazón que sana, logra que la aceptemos como es, como esta joven irreal, fuera del mundo capaz de entender y desprenderse de ella misma. Uno admira a Kobato. Y no, yo nunca admiré a Meredith Grey . Quizás yo ya esté demasiada vieja para llorar por un shoujo. Quizás. Pero lo extrañaba.  



Comentarios adyacentes
El arte gráfico de los personajes es hermoso, el diseño de vestuario de Kobato (si bien no iguala a los vestidos de Sakura) es admirable. La música también es una maravilla. El soundtrack es imperdible. Kobato además de ser buena como el pan, canta como los dioses. Aquí el video de la canción del amor de Kobato y Fujimoto.



Como buena serie de CLAMP hay muchos crossovers (demasiados para mi gusto) pero hay quienes se emocionan de ver a sus personajes de diferentes historias  interactuando.  Yo, no tanto.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho tu escrito. También me encanta Kobato y se me salieron las lágrimas en los últimos capítulos. Lástima que no te gusten los crossovers, para mi son geniales, descubrirlos me hace sentir como Sherlock Holmes jajajajjaja. En todo caso me encanta que te tomes la molestia de escribir sobre este este excelente manga y anime.Andrea

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    1. Es un placer ^_^ ¡Qué bueno encontrar a otra gente que le guste este anime! Un saludo

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