Ver un drama es
una diversión, es evadirse un rato. Durante un momento nos envolvemos en la
situación de otras personas que no existen.
Hay un cierto placer, quizás morboso, de ver a gente sufriendo. Es aún
más morboso si incluye triángulos amorosos, romances fallidos. Pero siempre
ansiamos un final feliz.
Después de ver
muchos años Grey’s Anatomy, el drama por excelencia que incluía una serie de
casos raros-graciosos médicos, con dramas inverosímiles, dejó de emocionarme. No me creía los
personajes. Personajes interpretados por
personas de carne y hueso. Uno ya no divisa los finales felices o infelices.
Uno deja de divisar los finales. Me cansé de los dramas, de las series que me
querían malcontar historias de amor. Apagué mi televisor después de más de
cinco temporadas. Pero me quedé con ese vacío.
Soy un ser
simple. A veces nomás quiero ver una historia redonda y bien contada. Y a veces
quiero que esa historia sea de amor. Para eso y superar el que no había ya
drama médico alguno que me moviera el tapete, decidí volcarme a lo clásico. A
un shoujo, una historia dirigida a mujeres adolescentes. Y si a eso vamos, hay
que recurrir a las amigas de CLAMP, conocidas por Magic Knight Rayearth, Cardcaptor Sakura y Chobbits.
Kobato es una
historia sencilla y no. La verdadera belleza del shoujo es que el amor es puro,
como jamás lo creeríamos de personas que se ven como uno (o como uno quisiera
verse). En estos mundos inventados por CLAMP el amor está ahí construyéndose y
reconstruyéndose a lo largo de tiempos y espacios. En uno de esos mundos existe
Kobato, una niña de vestidos largos y un sombrero, como una versión divertida
de Candy Candy porque es torpe, pero sobre todo es buena y quiere ayudar a los
demás.
Kobato, el
personaje principal tiene entonces una particularidad, es aún más “moe” que
cualquier otro personaje de shoujo que haya visto, incluso más que Sakura (la
Cardcaptor). En su torpeza-bondad para lograr su deseo –que es un misterio,
pues ella no lo recuerda-- debe llenar una botellita con dulces que representan
los corazones que ha sanado. Es una historia quizá demasiada ingenua, quizás
demasiado cursi y podríamos decir que tener un peluche de ayudante en su misión
lo haría aún más ridículo. Pero uno le cree a Kobato que prefiere ayudar a un
jardín de niños y a Fujimoto (del que se enamora) antes que lograr su deseo.
Fujimoto, por su
parte, en su planez de coprotagonista es un personaje que encierra a un hombre
cerrado, irónico, que nunca dirá lo que siente, nos convence que tiene una
historia triste detrás que lo justifica (es huérfano y solitario) y aunque mi lado feminista me dice que
no, que un hombre que trata mal alguien no tiene justificación, la creo. Es como un niño pequeño, uno sabe que se toma
la molestia de burlarse de alguien porque le importa y, que, cuando se siente
demasiado comprometido, huye. Es lo
suficiente seco e inexpresivo para contrarrestar la dulzura de Kobato, que nos
podría haber mandado al coma diabético. Por ello la interacción de la pareja en
el jardín de niños (donde trabaja él y ayuda ella), se vuelve mágica. Me
enamoré de Fujimoto y se me enchinaba la
piel cada vez que mostraba levemente algún tipo de sentimiento. Me volví espectadora del amor que aparece
imposible pero que atraviesa barreras de mundos y durante los 24 episodios esperé
constantemente a que ese amor fuese exitoso.
Ioryogi, el fiel compañero de
Kobato, es un ser de otro mundo, que la cuida porque le recuerda a un ángel de
la que se enamoró. A partir de este enamoramiento, Ioryogi enfrentó a Dios y al
orden de los mundos en un momento anterior a la historia que se cuenta. Por
este suceso está condenado a tener la forma que tiene y a ayudar a Kobato. De alguna manera se intuye que
Kobato es alguna versión del amor que él tuvo y Fujimoto es algo parecido a su
versión humana. La historia es loquísima
pero explica la dureza de los dos personajes masculinos que enfrentan a Kobato
y que la ayudan para lograr (o no) su deseo.
Durante más de veinte capítulos amé a los personajes, pero
estoy ahí en pleno capítulo 23,
llorando como si alguien me hubiera golpeado. Lloro, por una historia
aparentemente plana, pues no tiene muchos reveses, no es más de lo que uno
espera. La cuestión es cómo la historia al mostrarte la música, la risa y la
ayuda de Kobato en cada corazón que sana, logra que la aceptemos como es, como
esta joven irreal, fuera del mundo capaz de entender y desprenderse de ella
misma. Uno admira a Kobato. Y no, yo nunca admiré a Meredith Grey . Quizás yo
ya esté demasiada vieja para llorar por un shoujo. Quizás. Pero lo extrañaba.
Comentarios adyacentes
El arte gráfico
de los personajes es hermoso, el diseño de vestuario de Kobato (si bien no
iguala a los vestidos de Sakura) es admirable. La música también es una
maravilla. El soundtrack es imperdible. Kobato además de ser buena como el pan,
canta como los dioses. Aquí el video de la canción del amor de Kobato y
Fujimoto.
Como buena serie
de CLAMP hay muchos crossovers (demasiados para mi gusto) pero hay quienes se
emocionan de ver a sus personajes de diferentes historias interactuando. Yo, no tanto.
Me gustó mucho tu escrito. También me encanta Kobato y se me salieron las lágrimas en los últimos capítulos. Lástima que no te gusten los crossovers, para mi son geniales, descubrirlos me hace sentir como Sherlock Holmes jajajajjaja. En todo caso me encanta que te tomes la molestia de escribir sobre este este excelente manga y anime.Andrea
ResponderEliminarEs un placer ^_^ ¡Qué bueno encontrar a otra gente que le guste este anime! Un saludo
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