Son las 9 de la noche, las 10 a
lo mucho; porque Tokio III anochece en cuanto dan las 4 de la tarde (demasiado
pronto, demasiado rápido para que el atardecer sea un lugar de esparcimiento). Aunque
se estableció un toque de seguridad obligatorio y estrictamente puntual, la
oscuridad es la que no admite retrasos. Todos están en casa: una breve cena, algunas
tareas antes de dormir, y no más.
Shinji se retiró a su habitación
hace algunas horas, no consigue conciliar el sueño. Puedo verle, inmóvil, en
posición fetal con los audífonos puestos. Sus ojos no descansan, las cosas en
las que piensa los requieren perdidos mirando al vacío. Probablemente
piensa en el comandante Ikari. En su madre. El campo AT que reventó esta mañana
aún le hormiguea en la piel, le cimbra los huesos y le lastima las
articulaciones… Y aún así, no me queda ninguna duda, también piensa en Rei, en Asuka.
Para cada espectador obediente
hay algo trascendental en la trama de Evangelion; por lo menos un aspecto
valioso salta de entre las embestidas del apocalipsis y el alma extraviada de
los protagonistas. Hasta hace muy poco encontré el propio, fue algo inesperado,
casual; presente absoluto de la trama no muy comentado.
Para que sea más fácil
explicarlo, supongamos la siguiente escena: una pareja de adolescentes está planeando hacer cosplay para una fiesta de disfraces. Ella,
típica romántica, dice que quiere ser Rei. Él, enamorado como está de ella, confiesa
que eso le fuerza a ir disfrazado de Shinji. La chica duda: “¿no sería mejor,
entonces, que fuera vestida de Asuka?” A final de cuentas es la poderosa
alemana la que vive con Shinji, con quien comparte departamento y, en alguna
ocasión, hasta se han besado. Además, Shinji y ella se sincronizan en algún capítulo. Definitivamente, Asuka le ama y han compartido más; hasta
el futón… “Pero no. No me gustaría ser Asuka”, responde ella y continua: “Sin
tomar en cuenta mi disfraz, ¿a ti quién te gustaría ser?” Él no lo piensa ni un
segundo: “El comandante Ikari”; es mucho más fácil parecerse a él, además, su
personalidad lúgubre siempre le ha parecido intrigante. Ella sonríe coqueta:
“Perfecto, yo puedo ser la doctora Ritsuko. Me compro una bata y listo”.
Llegados a este punto, esta pareja
de adolescentes dulcísimos ha caído en cuenta del juego perverso que conlleva
su conversación: los idilios de Evangelion. Han descubierto la tensión sexual
que flota en los elevadores de NERV. El cuerpo siente hambre, y la carne está
pegada a la supervivencia. Aún Ikari y Ritsuko, negados al cariño como
aparentan estar, seguro tienen episodios apasionados en las salas de control y
monitoreo de los Eva (apasionados tal vez no sea el adjetivo correcto,
dejémoslo en inevitables).
Nuestro chico imaginario está verdaderamente
entretenido en comprender las personalidades de los Evangelion y el tipo de
necesidades que conlleva cada una; así pues, comenta: “Si tú eres Ritsuko y
estás triste, desolada por la frialdad de Ikari, yo puedo ser el carismático Kaji
y darte consuelo”. Se ríe -acaba de robarle un poco de encanto a Kaji para
coquetear con su novia-. Ella se toma muy en serio el último comentario y,
sintiendo pena por la bella doctora Ritsuko, por sus años crueles y amargos,
opta por la entereza de Misato y lo corrige: “De tu ser Kaji, me gustaría más
amarte como Misato. Y bailar toda la noche… borrachos.”
¿Qué tal? Cuántas combinaciones
¿no? Ahora me parece que la sexualidad no explícita de Evangelion es la que mantiene
con vida a estos huérfanos del mundo. Les da calor, les promete una esperanza:
continuar. Morir y nacer.
Ahora bien, lo más difícil de
ver, lo que se le escapa a nuestros inocentes enamorados, desde el principio, es:
Si por pura empatía ella quiere
ser Rei y, él es afín al comandante Ikari, ¿cuál es el problema? Para estos dos
personajes también hay una cama en donde caben a la perfección. Años atrás,
Ikari amó a Rei más que a nada, más que a nadie. ¡Bah! Es el fin del mundo y
Evangelion es demasiado realista, la verdad es que hay lugar para todos y todas; aún ni siquiera menciono la combinación Asuka-Kaji ni la delicadeza del combo homosexual Shinji-Kaoru para confirmarlo nuevamente: el deseo no desaparece.
Es irónico, pero hay veces que la
mente se desvanece solo gracias a los placeres del cuerpo. Pienso en esa imagen
donde Rei y Shinji se abrazan desnudos y la piel de ambos es tan blanca, tan
brillante que se torna translúcida. No se trata nada más de sus cuerpos entregados, esa
escena es la representación de su yo diluido...
En Tokio III oscurece muy
temprano, las noches son demasiado largas y solitarias. Hacia las 6 de la
mañana, cuando amanece -igual de rápido que cuando anochece-, no hay lugar para
el recuerdo, pero las sábanas siguen húmedas. Las almohadas también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario