Cada
cultura se conforma de manifestaciones características y actitudes hacia la
vida que se ven trastocadas por el tiempo y demás circunstancias.
Siendo isla e idioma propio -entre otros tantos matices únicos-, la experiencia
cultural japonesa ostenta una delimitación distintiva del entorno cultural.
Los
estudios culturales profundizan en lo que hay de diverso. También, en lo que hay de
complementario. No se estudia una cultura pretendiendo encontrar en ella la
mejor forma de comprender el mundo o exaltando por qué es superior a las demás.
Estudiamos otras culturas para poner en perspectiva nuestra forma de pensar.
Solo así, nuestra consciencia puede fluir más allá del ego y reconocer la
multiplicidad del ser.
De
Japón se dice que durante su época medieval, la línea divisoria entre
consciente e inconsciente, seres humanos y naturaleza, era muy sutil; muy
delgada. Los sueños y la vigilia eran igual de importantes. Además, y este es un rasgo que de alguna manera perdura hasta nuestros días (al igual que los
otros dos), a diferencia del cristianismo que
considera a un Dios supremo y único, el panteón de deidades japonesas considera
a múltiples entidades sin que ninguna de ellas se ubique en el centro o por
encima del resto; un aspecto cultural que sugiere una forma dinámica y diversa
en la forma de concebir el mundo y la forma de vivir. En Occidente, aún quien
reniega de Dios o se autodenomina ateo dice no creer en Dios, no en los dioses. Y algo más, el análisis literario de las obras escritas en el medioevo revela una
clara tendencia en su contenido a querer convencer sobre lo que es bello; no
sobre lo que es bueno, como acostumbran otras mitologías. A diferencia de un
pensamiento asentado en la culpa y los dilemas morales, la consciencia puede
deleitarse en el placer; su enriquecimiento parte de un origen estético.
De igual forma, la relación entre el yo japonés y los otros resulta misteriosa; muy compenetrada
en múltiples aspectos. Ejemplo: ¡Un hombre podía encontrarse consigo mismo a través del
sueño de otro! Tal cual lo narra una historia de la época medieval:
Se trata de un samurái que se convirtió en monje después de arribar a un pueblo en el que, la noche anterior a su llegada, uno de los habitantes soñó que el bodhisattva Kannon visitaría el pueblo al día siguiente. El hombre informó a todos sobre su sueño, y fue así que todo el pueblo trató al guerrero que pasaba por ahí como si del mismísimo bodhisattva Kannon se tratase (solo que bajo la forma manifiesta de un samurái). Al partir, el guerrero se dio cuenta: cierto, él era Kannon (o podía serlo). Dejó las armas de inmediato y se ordenó para convertirse en monje.
Como les decía, un hombre podía encontrar su verdadero ser a partir del sueño de otro... Aunque el mundo haya cambiado mucho desde entonces, la tendencia que interrelaciona el yo de los japoneses con los otros aún opera a un nivel subconsciente, día a día. La evidencia se haya en el uso de la palabra “yo”. Hay varios términos para nombrar a la primera persona del singular (como: watashi, boku, ore, uchi), la elección de uno de ellos depende enteramente de las circunstancias y del interlocutor al que se le habla.
Se trata de un samurái que se convirtió en monje después de arribar a un pueblo en el que, la noche anterior a su llegada, uno de los habitantes soñó que el bodhisattva Kannon visitaría el pueblo al día siguiente. El hombre informó a todos sobre su sueño, y fue así que todo el pueblo trató al guerrero que pasaba por ahí como si del mismísimo bodhisattva Kannon se tratase (solo que bajo la forma manifiesta de un samurái). Al partir, el guerrero se dio cuenta: cierto, él era Kannon (o podía serlo). Dejó las armas de inmediato y se ordenó para convertirse en monje.
Como les decía, un hombre podía encontrar su verdadero ser a partir del sueño de otro... Aunque el mundo haya cambiado mucho desde entonces, la tendencia que interrelaciona el yo de los japoneses con los otros aún opera a un nivel subconsciente, día a día. La evidencia se haya en el uso de la palabra “yo”. Hay varios términos para nombrar a la primera persona del singular (como: watashi, boku, ore, uchi), la elección de uno de ellos depende enteramente de las circunstancias y del interlocutor al que se le habla.
Tener
en cuenta algunas de las peculiaridades culturales de Japón desarrollará en
buena medida nuestra experiencia como espectadores de anime. El breve listado
en los párrafos anteriores resignifica la mayoría de las historias japonesas
que conozco.
Por
su parte, el mismo anime ha generado una serie de convencionalismos que proyectan
la vida interior -el ser de los personajes- en forma de trazos visibles. El
ejemplo más sencillo al que me puedo referir es al ki, aura o nen (distintos
animes, distintos nombres y traducciones), el cual nos hemos habituado a ver
como una luz humeante que recubre el cuerpo de los personajes. No se trata de
un poder sobrenatural que expulsan como magia. Se trata de la energía vital fluyendo
bajo control. Es la forma en que se representa la disciplina, el entrenamiento,
las capacidades, y la determinación de un personaje.
Recuerdo
haber visto en algún anime que a los samurái los rodeaba un perímetro azul, una
esfera de protección que los acompañaba en cada uno de sus movimientos. Cualquier
persona que se atreviera a estar dentro de ese perímetro podía darse por
muerta. Los samurái más fuertes poseían un diámetro mucho más grande porque, como
si se tratase de un súper poder, ese círculo dibujado a su alrededor aludía al
alcance de su espada, a sus movimientos elegantes y veloces, al filo de la katana; a
la maestría. Entonces, no es un súper poder, es un camino. Es aprendizaje.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarInteresante. Bastantes cosas que anotar, muchas ideas vertidas acerca de la manera de comprender la realidad de los japoneses.
ResponderEliminarTambién me llamaron la atención los puntos que mencionas acerca de occidente y particularmente de los ateos: ¿en serio dicen que no creen en dios? Si ya vamos a descreer ¡mejor ya no creer en ninguno! Yo digo, pues.