El cielo azul, es cielo y es azul.
J. L. Borges
Pareciera una regla
invariable, que el libro siempre será mejor que la película. Sin embargo, la
comparación a veces resulta insensata: se trata de dos formatos completamente
diferentes. Mientras que el cine está condicionado por un tiempo limitado en
minutos y segundos; la libertad de una lectura individual conlleva el ritmo de
vida del lector, e incluso, trasciende los espacios en los que se puede acceder
a la obra.
De cualquier manera, hoy quiero hablar de Paprika, la novela (escrita por Yasutaka
Tsutsui) y la película animada (dirigida por Satoshi Kon). A grandes rasgos, la
obra trata el tema de los sueños; su contenido es un sueño. Como resultado, Paprika -la película- es una ficción muy
ambiciosa. Las implicaciones filosóficas de mirar un sueño dificultan la tarea
de las imágenes porque se trata de una combinación entre imágenes e información
que no siempre es visible. Dentro del sueño hay conceptos que diluyen la visión
a causa de su naturaleza abstracta (conceptos que no son sencillos de ver y sí
de ser susceptibles de conocimiento o memoria). Las figuras quiméricas, por
ejemplo; aquellos personajes dentro de nuestros sueños que si bien guardan la
forma y el rostro de un amigo, sabemos
que se trata de un profesor de la secundaria. Las imágenes, el paisaje en el
sueño, todo es inherente a cierto hermetismo muy peculiar propio de la
experiencia del individuo. Mientras que en la narrativa esto se puede
explicitar con relativa comodidad, imaginar una reproducción cinematográfica
parece bastante problemático.
Acabo de ver una entrevista en la que el autor de Paprika, Yasutaka Tsutsui, expresa lo
deseoso que estaba de una adaptación cinematográfica cuando se publicó la
novela con tan buena acogida por parte de los lectores. El problema fue que, si
bien hubo algunas ofertas, al momento de hacer cuentas y confrontar el
presupuesto que se requeriría para una película de esa naturaleza (onírica), el
proyecto se venía abajo. En el momento en que las esperanzas de Tsutsui
flaqueaban, el destino lo reunió con Satoshi Kon y el proyecto fílmico se
trasladó al formato de animación.
Después de haber leído la novela (lamentablemente no en
su idioma original) y haber visto la película varias veces (más que cualquier
otra en toda mi vida -se trata de mi película favorita en el mundo-) he pensado
en por qué la animación como medio, como materia del lenguaje, resulta perfecta
en este caso particular en el que se tiene como objetivo mirar dentro de un
sueño:
La necesidad de adecuar algunas transformaciones, cierta
liquidez en el mundo visual que hubiera requerido de efectos especiales
impresionantes, se resuelve de forma efectiva con el trazo que dibuja la mano
más que con el que captura la máquina cinematográfica.
En la
animación japonesa, si bien los personajes pueden llegar a parecernos simples,
habría que atender con cuidado el vasto conocimiento de la anatomía humana y
animal que hay detrás de ellos; de los efectos de la gravedad y la luz. En la
animación, cada personaje es una abstracción de una gran cantidad de objetos
reales. O, inclusive, irreales. Una de
las posibilidades más sorprendentes de este género, a mí parecer, es la
capacidad que tiene el medio animado para representar imágenes escurridizas y
sensaciones sutiles. En Paprika,
Satoshi Kon utiliza los sueños para representar interrogantes profundas acerca
de la conciencia humana y lo real. A
su vez, echando mano de su talento como director y animador, lleva a cabo una
de las particularidades más interesantes del trabajo de animación, de sus
posibilidades creativas: en vista de que la animación se construye pieza por
pieza, le permite generar -desde cero- la constitución física de los personajes
y el mundo en el que existen, desde el color de sus ojos hasta la forma en que
su cabello flota al viento.
La animación, además, es un formato que trae consigo un
vasto grupo de espectadores. Espectadores ávidos. Entrenados en la forma
animada, en sus historias, en el sello japonés. Las películas de animación tipo
anime probablemente son el género japonés más influyente entre la audiencia
internacional. Y, por su parte, las películas más taquilleras de la
cinematografía japonesa de todos los tiempos (Princess Mononoke -Mononoke-hime- y Spirited Away -Sen to Chihiro no kamikakushi-) son películas
animadas.
La
animación es una fase muy importante del cine japonés.
Y no hay
que olvidar que algunos films representan un género en específico. El anime
siempre será anime. Cuando nos preguntamos: ¿qué necesita saber un espectador
para hacer una interpretación significativa de un film? Hay que considerar las
especificaciones culturales como una metodología crítica de gran valor. Porque
es el estilo, o la técnica, es decir, aquellos engranajes que el director del
film utiliza para orientar o manipular el punto de vista del espectador, los
que conforman el dispositivo cultural en el que se articulan estructuras
internas y externas al film, algo que nace en Japón, pero que se comprende en
todo el mundo.
Me acuerdo de la primera vez que vi Paprika (y contigo, dude, y aún recuerda esa tarde que conversamos y conversamos y sellamos una nueva fase de nuestra amistad) y siento escalofríos. Todo lo que no habría podido lograrse con lo 'real', es llevado a un nivel onírico excelso gracias a la animación. Todavía, ver Paprika es sumergirse en un sueño compartido.
ResponderEliminarGrandiosa entrada, as always.
Uff, ese día. No recuerdo si las dos lloramos o lloré yo solita pero te sentí cerca y entendida, as always. Tú eres parte de mis sueños, Lilián. Y mis sueños son felices.
ResponderEliminarClaro que lloré. Lloramos juntas, como siempre. Y ahora nuestra conexión onírica es más real desde que logramos vivir un sueño al mismo tiempo.
ResponderEliminar*son SÚPER gays*
Si. Lo hicimos. Nos sumergimos juntas.
ResponderEliminarY Tania también estuvo ahí.
ResponderEliminarAwww, los sueños compartidos, los sueños vividos. Ese instante con ustedes lo voy a recordar hasta el día en que me muera
ResponderEliminar*lloran en un abrazo grupal infinito*
Aww. Mis adoradas, y la bendición de haberlas conocido.
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