domingo, 9 de junio de 2013

Paprika, el sueño

El cielo azul, es cielo y es azul.
J. L. Borges


Pareciera una regla invariable, que el libro siempre será mejor que la película. Sin embargo, la comparación a veces resulta insensata: se trata de dos formatos completamente diferentes. Mientras que el cine está condicionado por un tiempo limitado en minutos y segundos; la libertad de una lectura individual conlleva el ritmo de vida del lector, e incluso, trasciende los espacios en los que se puede acceder a la obra.

De cualquier manera, hoy quiero hablar de Paprika, la novela (escrita por Yasutaka Tsutsui) y la película animada (dirigida por Satoshi Kon). A grandes rasgos, la obra trata el tema de los sueños; su contenido es un sueño. Como resultado, Paprika -la película- es una ficción muy ambiciosa. Las implicaciones filosóficas de mirar un sueño dificultan la tarea de las imágenes porque se trata de una combinación entre imágenes e información que no siempre es visible. Dentro del sueño hay conceptos que diluyen la visión a causa de su naturaleza abstracta (conceptos que no son sencillos de ver y sí de ser susceptibles de conocimiento o memoria). Las figuras quiméricas, por ejemplo; aquellos personajes dentro de nuestros sueños que si bien guardan la forma y el rostro de un amigo, sabemos que se trata de un profesor de la secundaria. Las imágenes, el paisaje en el sueño, todo es inherente a cierto hermetismo muy peculiar propio de la experiencia del individuo. Mientras que en la narrativa esto se puede explicitar con relativa comodidad, imaginar una reproducción cinematográfica parece bastante problemático.

Acabo de ver una entrevista en la que el autor de Paprika, Yasutaka Tsutsui, expresa lo deseoso que estaba de una adaptación cinematográfica cuando se publicó la novela con tan buena acogida por parte de los lectores. El problema fue que, si bien hubo algunas ofertas, al momento de hacer cuentas y confrontar el presupuesto que se requeriría para una película de esa naturaleza (onírica), el proyecto se venía abajo. En el momento en que las esperanzas de Tsutsui flaqueaban, el destino lo reunió con Satoshi Kon y el proyecto fílmico se trasladó al formato de animación.



Después de haber leído la novela (lamentablemente no en su idioma original) y haber visto la película varias veces (más que cualquier otra en toda mi vida -se trata de mi película favorita en el mundo-) he pensado en por qué la animación como medio, como materia del lenguaje, resulta perfecta en este caso particular en el que se tiene como objetivo mirar dentro de un sueño:

La necesidad de adecuar algunas transformaciones, cierta liquidez en el mundo visual que hubiera requerido de efectos especiales impresionantes, se resuelve de forma efectiva con el trazo que dibuja la mano más que con el que captura la máquina cinematográfica.

En la animación japonesa, si bien los personajes pueden llegar a parecernos simples, habría que atender con cuidado el vasto conocimiento de la anatomía humana y animal que hay detrás de ellos; de los efectos de la gravedad y la luz. En la animación, cada personaje es una abstracción de una gran cantidad de objetos reales. O, inclusive,  irreales. Una de las posibilidades más sorprendentes de este género, a mí parecer, es la capacidad que tiene el medio animado para representar imágenes escurridizas y sensaciones sutiles. En Paprika, Satoshi Kon utiliza los sueños para representar interrogantes profundas acerca de la conciencia humana y lo real. A su vez, echando mano de su talento como director y animador, lleva a cabo una de las particularidades más interesantes del trabajo de animación, de sus posibilidades creativas: en vista de que la animación se construye pieza por pieza, le permite generar -desde cero- la constitución física de los personajes y el mundo en el que existen, desde el color de sus ojos hasta la forma en que su cabello flota al viento.

La animación, además, es un formato que trae consigo un vasto grupo de espectadores. Espectadores ávidos. Entrenados en la forma animada, en sus historias, en el sello japonés. Las películas de animación tipo anime probablemente son el género japonés más influyente entre la audiencia internacional. Y, por su parte, las películas más taquilleras de la cinematografía japonesa de todos los tiempos (Princess Mononoke -Mononoke-hime- y Spirited Away -Sen to Chihiro no kamikakushi-) son películas animadas.

La animación es una fase muy importante del cine japonés.

Y no hay que olvidar que algunos films representan un género en específico. El anime siempre será anime. Cuando nos preguntamos: ¿qué necesita saber un espectador para hacer una interpretación significativa de un film? Hay que considerar las especificaciones culturales como una metodología crítica de gran valor. Porque es el estilo, o la técnica, es decir, aquellos engranajes que el director del film utiliza para orientar o manipular el punto de vista del espectador, los que conforman el dispositivo cultural en el que se articulan estructuras internas y externas al film, algo que nace en Japón, pero que se comprende en todo el mundo.



7 comentarios:

  1. Me acuerdo de la primera vez que vi Paprika (y contigo, dude, y aún recuerda esa tarde que conversamos y conversamos y sellamos una nueva fase de nuestra amistad) y siento escalofríos. Todo lo que no habría podido lograrse con lo 'real', es llevado a un nivel onírico excelso gracias a la animación. Todavía, ver Paprika es sumergirse en un sueño compartido.
    Grandiosa entrada, as always.

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  2. Uff, ese día. No recuerdo si las dos lloramos o lloré yo solita pero te sentí cerca y entendida, as always. Tú eres parte de mis sueños, Lilián. Y mis sueños son felices.

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  3. Claro que lloré. Lloramos juntas, como siempre. Y ahora nuestra conexión onírica es más real desde que logramos vivir un sueño al mismo tiempo.
    *son SÚPER gays*

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  4. Si. Lo hicimos. Nos sumergimos juntas.

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  5. Awww, los sueños compartidos, los sueños vividos. Ese instante con ustedes lo voy a recordar hasta el día en que me muera

    *lloran en un abrazo grupal infinito*

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  6. Aww. Mis adoradas, y la bendición de haberlas conocido.

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